domingo, 16 de enero de 2011

La princesa de las cortinas rojas (Relato)


Anabel duerme en una cama de nubes, en una habitación de princesa, en una casita de muñecas rodeada de un bosque mágico donde cada mañana pasea con su caballo. Todas las mujeres de la corte la envidian. Su piel de porcelana y sus rizos de chocolate atraen la atención de todos los hombres del mundo.

Thomas duerme en una cama de paja, en una habitación de madera, en un establo rodeado de caballos. Thomas no es un príncipe, ni un caballero, solo es el mozo de cuadra. Por eso Anabel nunca se fija en él. Pero lo que ella no sabe es que al joven le envuelve una maldición.

El día que la vio por primera vez, ella estaba en su habitación cepillándose su larga melena y, al acabar, se asomó a la ventana. Él la observó desde el jardín sin que ella se diera cuenta. Y así pasaron los días. Cada mañana la joven se asomaba por la ventana envuelta de cortinas rojas, y cada mañana estaba Thomas en el mismo lugar, observándola en silencio. Cada día que pasaba, Thomas se enamoraba más de la doncella, hasta que un tarde, tubo el placer de hablar con ella. Fueron unas simples palabras, pero para él fue lo mejor que le había pasado en la vida.

Al fin, Thomas se decidió a mostrarle sus sentimientos, y una mañana le siguió hasta el bosque en su paseo diario. Cuando la joven paró junto al rio, el mozo bajó del caballo que había tomado prestado y se acercó a ella. Al principio, la chica se asustó, pero al ver que simplemente era el mozo de cuadras, se calmó.

-¿Quería algo, joven?- preguntó ella.

-Sí- respondió Thomas.

-Adelante, dígalo ya y váyase- dijo Anabel con voz fría.

Thomas la miró una vez más, cogió aire y dijo:

-La amo.

Anabel rió amargamente.

-Cariño, si fueras el único…

Thomas sintió tristeza al principio. Esa ironía significaba que era otro amor no correspondido, y la maldición era clara. Debía matar a cada chica de la que se enamorara, si esta no le amaba a él. Y así lo hizo. Se acercó a ella despacio ignorando las represalias de la joven y la cogió del pelo. La arrastró hasta el río mientras Anabel, indefensa, gritaba con toda su alama. Y la ahogó. Después del sexto crimen de su vida, sabía muy bien que hacer. Escondió el cadáver en unos matorrales y se montó en su caballo. Pero antes de partir hacia palacio, sintió ese malestar en el interior que siempre sentía después de matar. Ese sentimiento que le consumía por dentro. Así que bajo del caballo y se metió en el agua helada de nuevo, para poder reencontrarse con Anabel y todas sus otras amadas.

Y así fue como la princesa de las cortinas rojas libró a Thomas de su maldición de una vez por todas.

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